Uriz, junto a uno de los amigos que acudió a "ayudar" durante el reto.

Un total de 356 kilómetros, 9.050 metros de desnivel, 20 horas y 49 minutos sobre la bicicleta y un total de 27 horas y 30 minutos para realizar el reto propuesto. Podría ser el perfecto resumen de la hazaña lograda por Joserra Uriz Zurutuza el pasado domingo y que el denominó Everesting 2020-Guadalupe. Fueron en total 50 subidas desde la rotonda junto al camping hasta el Santuario de Guadalupe, desde primera hora de la noche del sábado hasta primera hora de la mañana del domingo. Y no es la primera vez que hace algo así.

– ¿Por qué se decide a realizar un reto de este tipo y por qué 50 subidas a Guadalupe?

Básicamente, porque creo que es bueno marcarse retos en cualquier ámbito de la vida, siempre adaptados a las circunstancias y posibilidades de cada uno. Además, y creo que es una reflexión muy común según vas cumpliendo años, ahora te encuentras bien, pero no sabes cómo te encontrarás el año que viene, ni si te encontrarás.
Descubrí el reto Everesting hace 3 años y se ha popularizado mucho a nivel mundial. En 2018 había 3.000 retos Everesting registrados, hoy pasan de 8.000. Básicamente, consiste en elegir una subida, y subirla y bajarla las veces necesarias hasta completar el desnivel del Everest, sin moverte del sitio. Aunque puedes parar a descansar, claro. Pero no hay límite de tiempo. También hay que registrar todo el recorrido en un gps para que los que gestionan la web lo aprueben. Es, como he leído en algún sitio, un reto extraordinario para gente ordinaria. Pero tiene la gran ventaja de que la logística es muy fácil de organizar. Basta con un coche aparcado con comida y bebida, y la subida puede ser cualquiera, corta o larga. Así que lo puedes hacer al lado de casa.
En realidad, con 49 subidas, ya llegaba al desnivel del Everest, pero como he cumplido 50 años, pues pensé que estaría bien redondear por arriba.

– No es la primera vez que realiza algo así…

Joserra Uriz, con el maillot de Aldabe con el que realizó el reto.

Ha sido la tercera vez, con un “prólogo” en 2015, en el que, dejando el coche en Guadalupe, me propuse subir y bajar Jaizkibel durante 24 horas, parando a dormir si hacía falta. Quería ver cuánto desnivel podía subir al tran-tran. Mi amigo Néstor Arana, que en esto de la bici me saca unas cuantas traineras, había hecho ese año un Everesting en Erlaitz, subiendo 23 veces (aunque ni él ni yo sabíamos entonces que existía ese reto), y eso me atrajo. Elegí un día de luna llena, en agosto, de forma que la visibilidad fuera buena (de hecho, de noche se podía subir incluso sin luz artifical). Me salieron 227 km y 7.130 metros de desnivel.

Mi primer Everesting fue en 2018, con 16 subidas y media a Jaizkibel, hasta las antenas, desde la rotonda a pie de Guadalupe, 295 km. No avisé a nadie, solo lo sabía mi mujer. No tenía referencias válidas: lo de 2015 quedaba lejos y, además, por lo que leí, había mucha gente que intentaba un Everesting y lo abandonaba sobre los 7.000 metros de desnivel. Como que había algo parecido al famoso muro de los maratones entre los km 30 y 35. Así que no sabía si podría hacerlo. Mi idea era empezar, y seguir mientras me encontrara bien. Y si en algún momento veía que no era prudente seguir, pues vuelta a casa y ya está. Si hubiera avisado antes, seguro que se habrían acercado amigos a echar una mano, pero tenía miedo de que eso me generara algún tipo de presión para exprimirme más allá de lo prudente. Además, me daba apuro movilizar a gente en tu entorno, y luego darte cuenta de que el reto te superaba. A pesar de algunas dificultades, lógicamente, al final terminé tras 20 horas de bici y 26 horas en total.

Ya con la confianza que da saber que ese reto está a tu alcance, me planteé hacer otro en 2019, en otro sitio con mucho significado para mí, como irundarra sanmarcialero: San Marcial. Elegí el tramo desde Blaia hasta arriba, con el coche en el parking de Blaia. Esta vez sí avisé a gente de mi entorno.

El fin de semana elegido coincidía con el famoso G7 en Biarritz, así que por si acaso adelanté la fecha un par de días, para empezar un jueves y acabar el viernes. Horrible decisión: resulta que ese jueves al mediodía, cortaron la carretera de Behobia, y desviaron todo el tráfico de la operación retorno… ¡por San Marcial! Aquello parecía el Paseo de Colón en hora punta. Subían todo tipo de vehículos. Pero muchos además, llegaban hasta el restaurante Patrixi, no lo veían claro, y se daban la vuelta. Por ejemplo, una autocaravana que llevaba un coche en un remolque.

Pero al final, salió bien. Fueron 18 horas y media sobre la bici, 26 horas en total, y 205 km. Al ser una subida con más pendiente, se gana altura más rápido, son menos km, y se emplea menos tiempo.

– No estuvo solo, de hecho, muchos amigos le acompañaron e hicieron de “gregarios”.

Sí, sí, en alguna subida teníamos un aire al Jumbo Visma, je, je… Que recuerde ahora, sobre la bici me han acompañado en distintos momentos Juan Mari, Ainara, Jean Paul, Néstor, Goretti, Danel, Tomás, Carlos y Kerman, que terminó haciendo 20 subidas entre las del sábado y las del domingo. Aparte de familiares y amigos que pasaron en algún momento a saludar, animar u ofrecer ayuda si hacía falta. Estoy muy agradecido por ello.

– Durante el reto le pasará de todo por la cabeza. ¿Cómo se mentaliza uno?

Está claro que no debes pensar mucho en lo que te queda. Siempre lo tienes en una esquina de la mente, pero es mejor ir pensando en cuándo vas a parar la próxima vez, qué vas a comer cuando pares, ese tipo de cosas. En principio, planteé tramos de 3 subidas entre paradas, pero antes del final de cada subida, decidía si seguía dentro del bloque de 3 o si paraba ya porque me iba a venir bien. En las primeras subidas, que hice solo, iba pendiente de buscar un ritmo cómodo pero tirando a bueno, extrapolando cuánto tiempo me iba a llevar completar el reto. Como vas fresco, y aunque ya eres consciente de que llegará la fatiga, te vas animando porque vas sumando desnivel con poca sensación de esfuerzo, y a un ritmo mayor que el ritmo medio estimado. En realidad te estás engañando un poco, porque eres consciente de que ese ritmo no lo vas a poder mantener, pero a mí me ayuda enfocarlo así.

Luego empezaron a llegar amigos en bici, dejas de hacer cálculos, y pasas a disfrutar de la compañía, sin dejar de escuchar al cuerpo para parar, comer y beber. Aún y todo, aunque todos me decían que fuera a mi ritmo, vas algo más rápido de lo que debieras. Era consciente de ello, pero no me importó, porque simplemente llegaría un momento en el que tendría que parar un poco más para recuperar mejor, y de todas formas, todo lo acumulado antes, ya lo tienes hecho.

Al acabar el primer tercio, ya con más de 100 km y 3.000 metros de desnivel, tuve calambres e incluso tuve que parar por ello en una de las subidas. Ahí tocó tirar de experiencia: eso pasaba por no haber tomado suficientes sales (yo pensaba que sí, pero hay que escuchar al cuerpo, y claramente me estaba diciendo que no), así que al llegar de nuevo arriba, tomé un sandwich de jamón cocido, unos comprimidos de sales, mucha agua, esperé media hora hasta sentir que la cosa mejoraba, y a la bici de nuevo. Bueno, también ayudó, supongo que mucho, tener una mujer que, aparte de tener muchas cualidades, es fisio-osteópata, y me dio unos masajes express, mano de santo.

En las siguientes subidas, efectivamente, me fuí recuperando rápidamente. Pero sin esa experiencia, supongo que muchos lo habrían dejado ahí. Con más de 200 km y 6.000 metros de desnivel aún por delante (a mi ritmo, me faltaban unas 14 horas de bici), no es fácil decidir seguir, con calambres en ambos isquios y en el gemelo izquierdo. Cuando llegó la noche y me quedé solo, me planteé no parar a dormir a menos que me entrara sueño. En los dos años anteriores, había parado un par de horas, pero no me llegué a dormir, y el esfuerzo mental para volver a la bici después fue bastante grande. Prefería evitarlo. Cuando ya llevas horas en ello y estás fatigado, es sorprendente cómo el cuerpo se adapta a ese nivel de fatiga, y te permite seguir y seguir, en una especie de modo “ultra power saving mode” que tienen muchos móviles. Llegué a hacer alguna subida a menos de 120 pulsaciones por minuto, que es equivalente casi a andar rápido.

Vas despacio, pero vas cómodo. Además hizo una noche perfecta, sin viento y con una temperatura de unos 18 grados. Otro motivo para bajar el ritmo por la noche fue pensar en la gente de tu entorno cercano, que probablemente estuvieran preocupados: por no liar a nadie, preferí que no me acompañara nadie de noche. Pero en contrapartida, se preocupan, claro.

Antes del amanecer (precioso, por cierto, típico amanecer de viento sur), tuve de nuevo compañía. Llevando ya tres cuartas partes hechas, empecé a afinar los cálculos sobre la hora a la que podría acabar. Ví que, por lo relajado que había andado de noche, peligraba acabar antes de la regata de La Concha. Así que como me veía bien, decidí apretar un poco más e intentar subir a ritmo de 125 pulsaciones más o menos. Pero como las prisas no suelen ser buenas consejeras, al acabar la subida 44, por querer comer demasiado rápido, me entró un fuerte hipo que me tuvo media hora parado. En cuanto pasó, afronté las 6 últimas subidas un poco pendiente de los tiempos, pero ya con la confianza de que estaba lo suficientemente entero como para acabar bien. Al final, pudimos ver la regata allí mismo, en el móvil.

– En casa le dirán que está “zumbado”…

Uriz, durante el reto, pasando por el Santuario de Guadalupe.

Pues a veces un poco sí, pero tengo mucha suerte en ese sentido, porque confían en mi prudencia. Aunque lógicamente se preocupan, porque no todo depende de ti, vas a rodar de noche, solo… Y ésa es la parte que menos me gusta, la de generar esa preocupación.

– Y los amigos, cómo se lo toman…

Ahí lo tengo más fácil, porque en nuestro entorno, si hablamos de retos de este tipo, hay para dar y tomar. Néstor Arana, muy amigo mío, hizo un Everesting en Erlaitz, un reto “Olympus Mount” en Erlaitz también (el desnivel del monte Olimpo en Marte, 21.000 metros de desnivel, más de 50 subidas…), un Everesting sobre pavés el año pasado en la calle Mayor de Hondarribia, una ruta por Pirineos en un día con 10.000 metros de desnivel, acompañado en esa ocasión por otros dos cicloturistas de Irun, Javi Corvo y Manolo Rodríguez. Una ruta de tirón con los mismos compañeros pasando por las siete capitales de Euskal Herria, y empezando y acabando en Irun…

A algo más de distancia, pero cerca nuestro, hay un amigo-conocido de Berriatua, Aitor Antxustegi (Berritxu), que ha hecho dobles, triples y hasta un cuádruple Everesting hace pocas semanas: cerca de 1000 km, más de 35.000 metros de desnivel. Una locura. Solo hay un caso más en el mundo con un cuádruple Everesting: un italiano, pero que tardó 45 horas más.

Si nos salimos de la bici, también tenemos amigos y conocidos aquí que hacen ultra trails de montaña de más de 100 km, iron man…

Es que tenemos una gran tradición deportiva. No solo están el fútbol y el balonmano con el Real Unión y el Bidasoa. Está el ciclismo, con el CC Irunés organizando cada año la Clásica de San Pedro, que es la prueba de aficionados más antigua en España. Está la pelota, con el Kurpil Kirolak y el Ramuntxo Trinkete Club, que ahora no sé, pero hace unos años eran los dos clubes de pelota con más federados de Euskadi. Está la Ama Guadalupekoa, Santiagotarrak, Leka Enea… Y si miramos a escala de Euskal Herria, tenemos el fenómeno del deporte rural, que es sorprendente: cómo hacer de un trabajo penoso, un deporte arraigado.

Los sociólogos saben hoy día que la sociedad influye mucho más en el individuo de lo que el propio individuo cree. Supongo que algo de eso hay también en esta proliferación de “zumbados” en el deporte.

Recuerdo ahora una anécdota que me contó Néstor Arana hace unos años. Estaba de vacaciones por Cataluña, se apuntó a una marcha cicloturista (“Rutes riberenques”)… y llegó primero. Le dieron un trofeo y una botella de vino. Le entrevistaron para la radio local, sorprendidos por el nivel que tenía. Cuando les contó que en su grupeta, había diez que le sacaban los ojos (era verdad en esos momentos), alucinaron.

– Han pasado unos días… ¿cuesta recuperar?

Si tuviera que haber montado en bici el lunes, pues me habría costado. Pero no era el caso. Si normalmente tengo unas 53 pulsaciones en reposo, el lunes a la mañana tenía 65. Pero el martes ya estaba en 54, es decir, normal. Hay que tener en cuenta que no es un esfuerzo agónico, se recupera más rápido de lo que se podría pensar. Siempre que tengas buena condición de base, claro.

– Seguro que tiene ya pensado algún otro reto…

Tengo pendiente hacer la prueba cicloturista Luchon-Baiona, que se celebra cada dos años y que toma el recorrido exacto de la primera gran etapa de montaña en la historia del Tour, en 1910. Son 326 km, 5.300 metros de desnivel, subiendo puertos míticos como son Peyresourde, Aspin, Tourmalet, Soulor y Aubisque. Estuve hace dos años, pero tuve que abandonar por una avería muy rara: colapsó la rueda trasera de carbono subiendo el Tourmalet, y quedó hecha un ocho. Estaba apuntado este año, pero la han retrasado a 2021. Coincidiré con algún cicloturista de nuestra zona, seguro.

También me motiva escaparme un día o dos con los amigos de Ziclo (www.ziklo.es), a la preciosa y dura zona del Pirineo navarro. Organizan unas rutas que están a medio camino entre una quedada entre amigos y una prueba cicloturista. Aunque no he podido ir este año ni el año pasado, a ver si el año que viene…

Y en cuanto a retos más exigentes de tipo Everesting, pues ahora mismo diría que no. Aunque he acabado éste más entero que en 2019 y 2018, hay un par de peros: uno es que he hecho esos retos en sitios que no requieren desplazamiento, y que tienen significado para mí: Jaizkibel, San Marcial, y este último en Guadalupe, un santuario especial por ser el lugar en el que me casé, por sentirme hondarribitarra de adopción, y por mi condición de creyente. De hecho, si alguien buscara una subida óptima para un Everesting, no elegiría Guadalupe: tiene poca pendiente y por ello te vas a más de 350 km, son muchos. Mi elección fue puramente sentimental. Pero ahora, no se me ocurre otro lugar que me motive lo suficiente. Podría ser Erlaitz, pero tiene unas pendientes demasiado exigentes para mí, está fuera de mis posibilidades; otro motivo es que, a pesar de que en mi entorno más cercano nadie me pide que deje de hacer estas cosas, sí que siento que les genero preocupación cuando me quedo solo rodando por la noche. Y es lógico. Aunque he disfrutado mucho de rodar de noche, sin tráfico, escuchando el silencio, sentir que hay gente preocupada por ello, me incomoda.

Eso se podría solucionar mejorando sobre la bici, contactando con un preparador que me planificara los entrenamientos y la dieta. Se hace bastante a nivel de ciclodeportista y de runners. Aunque mis facultades naturales son muy normales, seguro que con algo así, podría bajar unos 5 kgs. Si además de eso me liara la manta a la cabeza y cambiara mi bici por una de gama alta, pues entre una cosa y otra (sobretodo la primera, porque lo de la bici influye bastante menos), supongo que podría completar este tipo de retos de día, sin tener que rodar de noche.

Pero a mí eso ya no me motiva. Prefiero adaptar los retos a mi forma de entender la bici, y no al revés. Y dentro de mi forma de entender la bici, lógicamente, está cómo hacerla compatible con mi vida familiar, profesional y social. Traducido a cifras, este año, para preparar este reto, he hecho dos únicas salidas de más de 150 km: una de 250, y otra de 185. Y nueve más entre 100 y 120 km. Sin contar los dos meses de confinamiento, es, de media, una salida de más de 100 km cada dos o tres semanas. Y un total de 5.500 km (incluyendo los de rodillo durante el confinamiento) este año antes del reto. Cualquiera que ande algo en bici sabrá que no son números extraordinarios. Para mí son suficientes para afrontar y terminar estos retos, aunque con las limitaciones que he explicado.

En definitiva, seguiré con la bici mientras la salud me lo permita, pero probablemente con cosas más modestas.

Sí quisiera terminar de todas formas con una recomendación a alguien que esté pensando en un reto de este tipo por primera vez. Aunque ya he dejado claro que no hace falta tener unas grandes facultades físicas ni una preparación exhaustiva, sí es imprescindible por una parte conocerse muy bien, para saber hasta dónde puedes llegar sin ponerte en riesgo, y por otra parte tener muy claro que si en algún momento ves que el cuerpo te dice basta, vas a tener la lucidez suficiente para hacerle caso y renunciar, haciendo bueno el dicho de que “una retirada a tiempo es una victoria”.