Sonia Ruipérez, con varias mascarillas confeccionadas en el taller que regenta en Arbes. / Martín Tellechea

El sueño de Sonia Ruipérez desde hacía años era abrir su propio taller de costura. Ese sueño se hizo realidad el 1 de febrero de 2020, en la calle Arbesko Errota. Pero la realidad, muchas veces, es tozuda. Solo un mes después, estalló la pandemia y llegó el confinamiento. A Sonia le tocó reinventarse y empezar a confeccionar mascarillas… Y hasta hoy…

– Tiene usted una historia curiosa. Decide en su día abrir un taller de costura y al mes y poco se ve haciendo mascarillas…

Yo venía del mundo comercial. Quienes me conocen saben que tengo dos pasiones: por un lado la costura, por otro las ventas. Me dedicaba a la venta de EPIs, trabajaba con calzado de seguridad… a partir de ahí empecé con ropa laboral, guantes… hasta llegar a las mascarillas. Vendía mascarillas para diferentes sectores. En el caso de las EPIs sí que está muy definido qué tipo de mascarilla para cada tipo de actividad: si necesita filtro de partículas, si no… está todo muy reglado. Tras varios años y con una situación familiar estable, decido dar el paso y abrir un taller de costura. Primero me formé realizando un módulo superior de confección a medida de vestuario de teatro… y el 1 de febrero de 2020, después de muchas exposiciones, ferias y colaboraciones y de la mano de Bidasoa activa, que me apoyó desde el principio, abrí el taller aquí, en Arbes.

Empecé con clases de iniciación a la costura, confección de mujer… A su vez seguía desarrollando aquí vestuario para el teatro… y de repente, llega el 14 de marzo y se para el mundo. Con un mes y medio de actividad me doy cuenta enseguida de que hay que reinventarse. Tenía en ese momento media docena de máquinas de coser para los talleres. Veía las noticias y cómo la gente iba a trabajar sin mascarillas, no estaba el país preparado… veo que hay un grupo de mujeres solidarias que se dedican a confeccionar mascarillas para donarlas y sigo sus pasos. Empiezo a confeccionar mascarillas solidarias y las entrego en la librería de al lado, para que cada persona que entrara a por el periódico o el pan pudiera coger una y llevársela al trabajo. Al principio las hacía con tela de sábanas que me sobraban. Las gomas, como podíamos, he llegado a desmontar pantalones de los niños, quitarles la cinturillas de goma y partirlas por la mitad para confeccionar las gomas de las mascarillas, para que te hagas una idea.

Hemos donado a Cruz Roja, residencias… hemos donado más de mil mascarillas y digo hemos porque cuando la gente me veía que me pasaba ocho horas trabajando y estaba todo cerrado hubo dos mujeres que se acercaron y empezaron a ayudarme en la confección de mascarillas.

– También las ha confeccionado para los niños…

Sí. Se asienta un poco la situación, las mascarillas quirúrgicas empiezan a llegar a precios desorbitados, pero empiezan a llegar. Un día, llega el momento más esperado para muchos padres, aquel en el que el gobierno nos dice que los niños por fin pueden salir a la calle. Cogí y con diferentes tejidos reciclados me lié a hacer mascarillas para todos los niños del barrio, de diferentes colores, para que cuando salieran a la calle diera esa sensación de que el barrio se inundaba de color. Los niños contagian alegría, optimismo y yo también quería contribuir con esas mascarillas de colores.

– Y empiezan a conocerle…

El taller está ubicado en la calle Arbesko Errota. / Martín Tellechea

La gente me empieza a clasificar. El taller de costura que acababa de abrir y que algunos ni siquiera sabían… dicen que es un taller en el que se hacen mascarillas. A medida que empiezan a llegar materiales hidrófugos y con otras resistencias, empieza a darse por válido el TNT para confeccionar filtros… siempre con tejidos homologados… empiezo a confeccionar mascarillas para la venta.

No sé si en ese momento empiezo a recoger lo sembrado pero la gente del barrio se vuelca y empieza a venir por el taller a comprar mascarillas. Sobre todo a partir del mes de julio del año pasado, cuando se marca la obligatoriedad de llevar mascarillas. Para que te hagas una idea de lo que te estoy diciendo, hubo días en los que había cola en el taller para entrar.

– Y ahí sigue más de un año después.

Sí. Acostumbrada a hacer ajustes en vestidos de mujer, no me parecía en principio difícil ajustar una mascarilla a la cara. Me pongo a ello y me lío (risas). Empiezo a hacer modelos que se adapten a varios tipos de cara. Y llego por fin a un patrón válido, en el que la gente se siente cómoda, sin estar constantemente con ese gesto que me molesta mucho de subirse o colocarse la mascarilla todo el rato. Además es un gesto que nos asusta, porque una persona se sube la mascarilla, luego toca algo y ya estamos pensando en que puede contagiarnos… hemos llegado a ese extremo.

Es importantísimo que una mascarilla vaya bien ajustada. Por el certificado que me ha emitido un instituto de limpieza mis mascarillas se ajustan al 96%, pero me gustaría todavía más. De hecho, he empezado a realizar algunas mascarillas a medida, porque hay casos, como por ejemplo niños con alguna patología, que necesitan de una mascarilla especial. Sus madres se quedan más tranquilas si sus hijos llevan mascarilla. La costura está para adaptarse a las personas y no las personas para adaptarse a las prendas, sea una mascarilla o cualquier prenda de vestir. Ese siempre mi objetivo: poder llevar algo que nos haga sentir cómodos.

– Si le pregunto cuántas mascarillas ha podido confeccionar, ¿sabría decirme?

No te sabría decir de memoria, pero más de dos mil seguro.

– ¿Cuántas tallas y modelos trabaja en el taller?

Las mascarillas pasan distintas pruebas. / Martín Tellechea

Yo trabajo seis tallas, tres para público infantil y adolescente y otras tres para adulto. También he tenido algunos encargos especiales, gente que igual tiene una cabeza más grande, a la que las mascarillas les quedan cortas o les molestan en la zona de las orejas, por ejemplo. Es importante, ahora que digo esto, que la mascarilla cubra todo, desde el mentón hasta la nariz. Recuerdo un hombre también que tenía barba y que me decía que la mascarilla normal se le clavaba en una zona y que con la barba le molestaba y le llegaba a hacer heridas. Le hice una mascarilla adaptada en función de su barba, para que no tuviera rozaduras. Luego te lo agradecen. Este señor, por ejemplo, se llevó ocho mascarillas. ¿Por qué? Porque ha encontrado algo que le va bien, porque le has atendido bien y has resuelto un problema que tenía.

– Sé que tiene ganas de que pase la pandemia para volver a retomar su actividad…

Tengo muchas ganas de dejar las mascarillas de lado, que queden como el reflejo de una época que nos tocó vivir. Guardaré los expositores y dentro de un tiempo los miraré con nostalgia y también con alegría. Cuando toque dejar de hacerlas consideraré también que ha llegado mi momento y retomaré la normalidad con aquello que me propuse en su día, hace ya más de un año, que era abrir un taller de costura. Estoy además impaciente por poder demostrar que yo me he formado para el mundo de la fantasía, del teatro, para una confección de mujer… y es lo que quiero hacer. En los pocos días que estuve con las clases había gente que había encontrado un lugar para desarrollar su pasión. Algo que es muy gratificante, ver cómo la gente viene ilusionada a hacer algo que le gusta. Espero poder retomar todo esto más pronto que tarde. Mientras tanto seguiré haciendo mascarillas.